martes, julio 03, 2012

Cuando la traducción daña


 recibimos y publicamos

Como al parecer el adagio es ineludible más vale toparse con él de entrada: "traduttore traditore". Como tal sentencia, cruda, sin matices. Sin embargo sabemos que hay traducciones excelentes pese a esa "traición". Aspirar a la excelencia no está descartado (otra cosa es conseguirla), pero por el camino sí tenemos más a mano lograr buenas traducciones, esto es, que como mínimo sean respetuosas. A continuación se enumeran los errores más comunes que solemos cometer. Es una sarta de obviedades, pero viendo lo que se ve por ahí no está de más recordarlas. Algunos de los puntos se entrelazan entre ellos o se subsiguen, téngase esto en cuenta.

Inconsciencia
Por algún motivo, por ejemplo ascendencia familiar, un contacto más o menos continuado con la lengua de la que traducimos, que ésta nos parezca fácil, que sea latina, etc. nos vemos capaces de interpretarla así, a pecho descubierto, sin diccionarios ni hostias, o echándoles un vistazo y de reojo, que para suplir carencias ya está la imaginación. Y así pasa lo que pasa, que en el mejor de los casos los fallos son pocos pero a veces ridículos o, en el peor, que el texto acaba todo él en esperpento.

Prisas
La urgencia por difundir da por automáticamente bueno cualquier traspaso de idioma, sin ni siquiera pararse a comprobar o, aun siendo conscientes de las deficiencias, no corrigiéndolas. La solución es bien sencilla, en vez de malograr el mensaje original por ir apurados podemos recurrir a hacer un resumen, o a traducir bien algún párrafo o frases llamativas y luego, con el tiempo que sea necesario, presentar el escrito entero de forma respetuosa. Perdonad esta insistencia en el respeto, pero es que es esencial.

Tomarse demasiadas confianzas
Esto está bastante extendido entre quienes traducimos al español ibérico. Ahí están esos pases de una redacción digamos que estándar en el original a argot porque sí, porque somos así de chulas y chulos. El policía pasa a pasma, la pistola a pipa, etc. Luego, si además el/la/s compañer@s ha/n cometido el craso error de, por los motivos que sea, no especificar masculin@ y femenin@ en su texto, ahí estamosnosotr@s para llevarl@/s por el buen camino, al menos en castellano. Pero la cosa no queda en lo supuestamente políticamente correcto, es que además están las filias y fobias personales del propio traductor, convertido en coautor minador.

Inseguridad
Se nota cuando en la traslación se ha conservado intacta una cantidad de palabras o expresiones de la lengua original. Casi siempre síntoma de no conocer lo suficiente el propio idioma al que traducimos. Uno de los placeres de traducir es precisamente ése: profundizar en el conocimiento de la lengua a la que pasas el texto (habitualmente la materna), no sólo en la del original. Para rematar la manía de dejar tanto sin tocar ahí están esos tremendos pies de página para explicar qué matices no encontramos, minitratados sobre idiosincrasias culturales (y además no siempre acertados)... en fin, nada que facilite una lectura fluida.

Malos pertrechos
Cuando ha salido el tema más de uno/a coincidimos en que un buen equipo para afrontar una traducción consiste en diccionarios de definiciones de la lengua original, otros de la lengua a que se traduce, de equivalencias idiomáticas, de sinónimos, en su caso compedio de conjugaciones verbales, enciclopedias en ambos idiomas. Que sea buen material es lo importante, que venga en papel o en pantalla será cosa de generaciones, costumbres, posibilidades, pero que sea de calidad. De todas formas aunque los diccionarios sean básicos no deben matar el margen imprescindible de flexibilidad. A modo de divertimento va un post scríptum con ejemplos de la falibilidad de los señores y señoras académicos de la RAE.

Para acabar volvemos a la cuestión del respeto. Si no lo tenemos convertimos la voz oída en una cacofonía. En una discusión pueden darse adhesiones o reproches a cosas que ni se han dicho, que son mera indolencia del intermediario. Esto vale para todo, hasta para nimiedades, pero se hace especialmente grave en los aportes a la lucha. Resulta descorazonador ver la facilidad con que se tergiversa lo expresado por unas compañeras y unos compañeros que, acuerdos y desacuerdos al margen, se la juegan o están pagando en clandestinidad, el cementerio o la cárcel su opción de vida revuelta y revolucionaria. A más inri, si nada lo remedia, esa mala interpretación de sus palabras puede quedar como referente válido durante decenios.
Edu Za

Ausencias. En la vigésima segunda edición del diccionario de la Real Academia Española pueden ahorrarse buscar estas entradas:
-brigadista
-cheddite, tanto en italiano como en francés, y probablemente en otras lenguas, el Larousse da como equivalencia en español chedita, pero para la RAE ni "chedita" ni cedita, gedita, jedita, kadita, kedita, xedita, y quedito sí pero quedita no.
-cloratita, en algunos ambientes familiares también conocida como tita Clora. Que haya sido uno de los explosivos artesanales más usados en las últimas décadas en el Estado español no es por lo visto mérito suficiente para el señor o señora Ce Minúscula.
-migala. Se podría pensar que siendo el bichillo conocido por el Imperio desde hace más de 500 años y por los autóctonos americanos desde un tiempecillo atrás, tendría ganada su presencia en el diccionario. Pues no, o puede que quien lleve el timón de la "m" padezca aracnofobia, o cortázarfobia ("Historia con migalas"), o arreolafobia ("la migala"), o...
-némesis
-tampoco están moloc (o moloch) ni kraken, pero para esto quizá sí tengan coartada, o no.
-y por último los GRAPO, que sí figuran pero... Es cierto que los últimos años de la organización no han sido precisamente su mejor época, pero eso no es motivo para pasarlos al singular y cambiarles la "R" de "Resistencia" a "Revolucionario".

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